Gaston Bachelard, La llama de una vela. Monte Avila Editores. Caracas 1975
Los sueños de la vela nos conducen al reducto de la intimidad. Parecería que existen en nosotros rincones sombríos que no toleran más que una luz vacilante. Un corazón sensible ama los valores frágiles. Comulga con los valores que luchan, con la débil luz que enfrenta las tinieblas. De este modo, todos nuestros sueños de pequeña luz conservan una realidad psicológica en la vida actual. Tienen un sentido; (...) En efecto, pueden otorgar a una psicología del inconsciente todo un conjunto de imágenes para interrogar suavemente, naturalmente, sin provocar, en el soñador, un sentimiento de enigma. Ante un sueño de pequeña luz, el soñador se siente en su casa, el inconsciente del soñador es como su casa para él. ¡El soñador! -ese (...) claroscuro del ser pensante-.
Junichiró Tanizaki. El Elogio de la Sombra. Siruela
(...)
A nosotros nos gusta esa claridad tenue, hecha de luz exterior y de apariencia incierta, atrapada en la superficie de las paredes de color crepuscular y que conserva apenas un último resto de vida. Para nosotros, esa claridad sobre una pared, o más bien esa penumbra, vale por todos los adornos del mundo y su visión no nos cansa jamás. (...)
(...)
Como si fuesen incapaces de hacer mella en las espesas tinieblas del toko no ma, los reflejos blanquecinos del papel rebotan en cierta manera sobre esas tinieblas, desvelando un universo ambiguo donde sombra y luz se confunden. Ustedes lectores, ¿no han experimentado nunca, al entrar en alguna de esas salas, la impresión de que la claridad que flota, difusa, por la estancia no es una claridad cualquiera, sino que posee una cualidad rara, una densidad particular? ¿Nunca han experimentado esa especie de aprensión que se siente ante la eternidad, como si al permanecer en ese espacio perdieras la noción del tiempo, como si los años pasaran sin darse cuenta, (...)?
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