Yo contemplaba el jardín de maravillas del espacio con la sensación de mirar en lo más profundo, en lo más secreto de mi mismo; y sonreía, ¡porque nunca me había soñado tan puro, tan grande, tan hermoso! En mi corazón estalló el cántico de gracias del universo. Todas estas constelaciones son tuyas, están en ti; no tienen realidad fuera de tu amor. ¡Ay! ¡Qué terrible parece el mundo a quien no se conoce! ¡Cuando te sentías solo y abandonado ante el mar, piensa cuál debería ser la soledad de la noche en el universo sin fin!
(...)
Espacio, espacio que separa las aguas, mi alegre amigo, ¡cómo te aspiro con amor! Heme aquí, pues, como la ortiga en flor al dulce sol de las ruinas, y como el guijarro al filo del manantial, y como la serpiente en el calor de la hierba: ¿y qué, el instante es verdaderamente la eternidad? ¿La eternidad es verdaderamente el instante?
(...)
Todo era luz, dulzura, prudencia; y en el aire irreal, lo lejano hacía señas a lo lejano. Mi amor envolvía el universo.
Milosz, La amorosa iniciación.
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