El rey Artús estaba pasando el verano
en su ciudad de Carduel;
con él estaban la reina, Gauvain,
el senescal Keu e Yvain,
y solamente veinte caballeros más.
A Gauvain le entró el deseo
de ir a distraerse;
hizo preparar su caballo,
y él, a su vez, se equipó
cortésmente;
se calzó espuelas de oro
sobre las calzas cortas
de seda muy ricamente bordada;
las bragas blanquísimas
y muy suaves;
la camisa de lino, algo corta
y amplia, llena de pequeños pliegues,
y se colocó un manto forrado de piel
de veros;
muy ricamente se atavió.
Salió de la ciudad
y siguiendo el camino directo
entró en un bosque.
Oyó el dulce canto de los pájaros
que muy dulcemente cantaban
y tanto se demoró allí oyéndolo
que entró en un pensamiento
de una aventura que conocía
que le había sucedido.
Tanto rato permaneció así
que se salió del camino
y se perdió en el bosque.
El sol ya se estaba poniendo
cuando empezó a pensar
intensamente,
y ya era de noche
cuando salió del pensamiento
y no supo en qué lugar estaba
(Cit. Victoria Cirlot, Figuras del destino. Mitos y símbolos de la Europa medieval. Ediciones Siruela)
hay una historia semejante que ocurre en el Monasterio de Leire. Se trata de San Virila, que andando por el camino, al llegar a la fuente oyó cantar un pájaro, se quedó tan absorto que cuando volvió en sí habían pasado decenas de años, o centenas -no recuerdo el detalle-. Hice el caminito temprano en la mañana y ciertamente podrían a uno pasársele unos cientos de años sin darse cuenta....
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